jueves, 2 de julio de 2009

El dedo en la llaga

Hoy voy a poner el dedo en la llaga. O más bien, haciendo “honor a la palabra” voy a saltarme lo que ha dado en denominarse “corrección política”, para llamar al pan, pan y al vino, vino.
No sé por qué extraña razón están desapareciendo palabras de nuestro idioma, algunas con tradición de siglos, como la que nos ocupa, por no llamar blanco a lo que es blanco y negro a lo que es negro.
Como mi preocupación, cuando escribo, no es otra que el buen uso de la lengua, pongo hoy sobre el tapete la palabra moro, definida desde siglos como: “natural de Africa septentrional frontera a España. / 2. Perteneciente o relativo a esta parte de Africa. / 3. Que profesa la religión islámica. // 4. Se dice del musulmán que habitó en España desde el siglo VIII al XV. // 5. Perteneciente o relativo a la España musulmana de aquel tiempo. // 6. Se dice del musulmán de Mindanao y de otras islas de Malasia.
En ninguna acepción figura la abreviatura “despect.”, (despectivo).
Les paso toda esta información semántica para fundamentar mi extrañeza ante la tendencia reciente a no utilizar la palabra moro por el “supuesto” sentido peyorativo que encierra el término. Por más que lo busco, no lo encuentro.
Leo con perplejidad que en un lugar de España, el año pasado, el concejal de un ayuntamiento fue condenado a pagar una multa de 400 euros por llamar moro a un moro.
Me preocupa pensar que haya que ponerse a la ingente tarea de expurgar toda la literatura española anterior al siglo XX para limpiarla del término ofensivo, moro, sustituyéndolo por “musulmán”, un término compuesto de francés y persa, que entró en el español a través de la literatura romántica francesa para designar al que hasta entonces se llamaba moro, o por magrebí (natural del Magreb, o perteneciente a esta parte del noroeste de Africa que comprende Marruecos, Argelia y Túnez).
Y a las fiestas celebradas durante siglos en algunos lugares de España, y alguno de México, conocidas como de “Moros y Cristianos”, habrá que cambiarles el nombre.
Amigos, las palabras no tienen intención. La intencionalidad la pone el hablante cuando las instrumentaliza convirtiendo en arma ofensiva lo que fue creado como vehículo de comunicación y entendimiento.


Luque Maricamen

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